1. La Llamada del Mar

el

Llevaba ya varias semanas un poco de novio con el modo zombie, lo que aunque suena muy interesante y atractivo, la verdad es un estado bastante mierda que no tiene ningún brillo y más encima penca. 

Nada que envidiarme.

Entonces, mientras buscaba la manera de escabullirme de aquel infame estado miserable, se me presentó irrefutable la posibilidad de introducirme por el ano todas mis inquietudes decadentes, defecarlas después en un sagrado ritual místico en el Santo Trono de la Ofrenda Suprema y tirar la cadena.

Por lo tanto me tomó solo algunas horas soltar mi ondulado cabello al viento y meterme en el bar mas rancio y miserable que encontré, para esperar el nuevo sol ebrio hasta la indignidad, portando un colorido ramillete de nuevas amistades fugaces, disueltas para siempre en el vacío cósmico del piloto automático. 

Piloto automático digno de toda alabanza. Deportivo de primera clase, portador de toda mi confianza, que se encargó de llevarme ileso y sin darme cuenta, al querido hogar del amigo, ahorrándome la experiencia de dar merecido descanso a mi fatigado cuerpo en aquel entrañable rincón junto al baño en el suelo de aquel bar, donde podría haberme acurrucado con gran comodidad para vomitarme y defecarme encima con elegancia y dignidad. 

Sea usted partícipe de mi gloria.

Afortunadamente o no, en este universo paralelo, la mañana me encontró en el piso nueve acariciado por el viento de la primavera, y no con la escoba del muchacho encargado de limpiar los baños. Radiante como estaba, aquella mañana de luz tiró suavemente mis cabellos hacia el extremo sur del balcón donde pude arrastrarme para oír el melodioso canto del horizonte que susurraba… 

El universo quería encontrarse conmigo y yo completamente despeinado. Atroz, indigno. Pero a pesar de que mi naturaleza incorruptible y rebelde, se negaba a renunciar a la miseria, abandonando toda norma de higiene, tuve el extraordinario acierto de lavarme los dientes, lo que ya era mucho, según mis propios estándares. 

Con la boca mentolada, tomé las llaves y bajé al subterráneo donde me esperaba el Carocho que miró sorprendido. 

– Vamonos wey.
Se le encendieron los ojitos.

Un comentario Agrega el tuyo

¿Tienes algo para decirme?