5. Un Pesebre junto al Mar

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Mis chalas veían con terror como las ignoraba sin remedio, abandonándolas a la incertidumbre de su suerte en aquel lugar hostil. El Carocho por su parte, encendía su motor con una actitud distinta, una resuelta firmeza que me llevó a comprender la magnitud de toda su choreza. Enganchó con decisión su primera, afirmó con ganadora actitud sus cuatro ruedas sobre el suelo que pisaba y luego inyectó la desmesura de su fuerza para resbalarnos rumbo abajo sobre la arena. 

Lo primero que pasó por debajo de las ruedas
fueron mis chalas horrorizadas. 

«Ayúyame San Hiroito», noble patrono de los vehículos japoneses que bajan deslizándose por la arena bordeando acantilados que se desmoronan con el golpe de las olas. 

Hay santos para todo.

Mientras bajábamos, mi cuerpo sufría un emocionante despliegue de corazón y adrenalina.

(Intimidante amenaza de expulsiones fecales, orines y diarrea)

Llegamos abajo sin morir. 

Ronroneando felices y escortados por la fuerza del viento, fuimos bordeando la línea de la playa durante algunos kilómetros. Nos estacionamos en una lagunita donde cantaban aves y ranitas junto a una pradera frente al mar. Comprobamos – afortunadamente – la extensión de las mareas y silenciamos los motores para fusionarnos con la fuente de energía de aquel mágico lugar.

Era verdaderamente un mágico lugar.

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