A darle la vuelta al día.

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Eran todavía la ocho de la mañana y yo despierto sin querer levantarme pero pa na. Convertido en un tarado inútil y muy indecente, sin ningún valor para la vida. Dejé que la alarma dejara de sonar solo para no tener que lidiar con el mundo y lo mismo pasó a las 8.30, luego a las 9, 9.30, 10… hasta las dos de la tarde, cuando un rayo de sol me golpeó la cara y dije.

– Basta.

Me tragué un plato de comida, y me fui a dar una vuelta al bosque a ver si podía cambiar el ánimo. Llegué a un árbol que es brígido por lo difícil y cuático que había intentado antes y traté de subir pero me sentí sin ánimo, sin fuerza. Me convencí a mi mismo de creer que la fuerza está dentro de uno, aunque uno no la sienta, que la confianza es buena para hacer cosas, como también es buena para cagarlas, así que me fui con calma alejándome del suelo mientras disminuía la distancia al cielo y aumentaba el riesgo de muerte. Llegué muy rápido a un punto en el que se puede seguir subiendo pero es todo un cuento, porque el riesgo es demasiado alto.

Bajé del árbol solo después de diluir la frustración que me había inventado y caminé para la casa, medio triste imaginando que en ese mismo momento una bomba caía en alguna parte, mientras un montón de gente escondida como ratones todavía vivos a medias, se amontonaban en algún lugar oscuro muertos de miedo. El mundo se había convertido de nuevo en una mierda.

Con ese frío insolente de un sol que no calienta, me preparé un café con manjar y crema para recuperar un calor que había dejado de sentir. Me lo tomé mas rápido de lo que debería y me preparé otro para la ducha. Puse música en el baño, donde ya empezaba a sentirme de nuevo conmigo. Me afeité, me corté las uñas, escribí un par de correos, y ya sonriendo me miré en el espejo.

– Estabas aquí. Le dije al hombre que me miraba de frente.

– Aquí estaba, me contestó.

Y los dos juntos de nuevo, empezamos a preparar un viaje a la ciudad a visitar a los amigos que nos pudieran necesitar.

¿Tienes algo para decirme?